SE VENDE EL AVIÓN DE LA CHATARRERÍA DE PUEBLO VICTORIA (no es La Teja como dice el artículo).
El hombre quiere plata, habla de una organización que le ofreció exponerlo con la historia de su padre, me imagino que fue AAMA, no se quién puede estar interesado en comprarlo, si se vende por kilo no vale casi nada, si fuera a remate, el Estado por ley puede hacer opción de compra igualando el precio de la oferta ganadora, no se si es una venta directa.
Nota aparte, me parece muy mezquina, (si esa fue la verdadera razón de la venta del avión al kilo) de que se haya rematado porque estaba siendo vandalizado, el Museo Aeronáutico ya existía o podr´´ian haberlo retonado a Laguna del Sauce y ponerlo de adorno, espero que no lo hayan vendido para comprar 4 lamparitas y dos latas de pintura para el Museo Naval, SOMOS DE TERROR.
LA CHATARRERA SALVADORA
Un avión en un jardín de una casa de La Teja convertido en museo
Ha sido el parque de diversiones de niños en tres décadas.
El antiguo avión de la Armada Nacional fue rematado hace mucho tiempo porque era vandalizado en el Museo Naval.
En Aurora y Conciliación, dos calles que reflejan la parsimonia de una zona de La Teja, un avión parece aterrizar. Pero no. Es un pájaro de acero convertido en museo desde hace 35 años para niños y adultos. Y que sorprende a todos en la zona.
Esta gigantesca estructura es un emblema del barrio, aunque desconocido por muchos montevideanos, en la que decenas de niños juegan a volar al país de sus sueños.
La historia se remonta a noviembre de 1984. A Ruben Ibarra, el dueño de una chatarrera, se le ocurrió la idea más loca de su vida: llevar un avión a su casa.
Lo decidió luego de enterarse que una aeronave de la Armada Nacional, en exposición en el Museo Naval, era vandalizada en múltiples ocasiones y por eso pretendían rematarla. Tan pocos la deseaban que se remató a 17 pesos el kilo. "Costó más caro el traslado que el avión", contó Juan Carlos, hijo del ya fallecido ideólogo.
No era fácil llevarlo ni instalarlo. Pero, "a pulmón", Ibarra y familia rediseñaron el patio del negocio para su colocación. "Limpiá la entrada porque mirá que viene un avión", le dijo en ese momento Ruben a su hijo. Juan Carlos sacó los cientos de kilos de chatarra que había en el ingreso y cortó unas rejas para que el fuselaje pudiese ingresar. Luego, volvió a soldarlas. Las alas vinieron después.
El "despegue" tuvo su complejidad. El avión fue subido a una chata para emprender una travesía de tres horas por Montevideo, en donde hubo alguna "turbulencia". Por ejemplo, cuando circulaba por Bulevar Batlle y Ordóñez se llevó por delante el espejo de un auto, según recordó el fallecido dueño en una nota hecha por El Observador hace más de 15 años. Ya en su nueva casa, pusieron vigas para sotener su peso y para que el personal del lugar pudiera transitar por debajo. También para dar la sensación de que está en el aire.
Un icono.
La llegada del avión sorprendió mucho en el barrio. Tanto, que varios autos que circulaban por ahí frenaron para observar semejante estructura de acero que había irrumpido.
Juan Carlos recuerda una anécdota con un vecino que se vio intimidado por ver semejante aparato. "Vino a la chatarrera a pedir trabajo. Apenas vio el avión, se abrazó de una columna. Creía que se le venía a arriba", recuerda Juan Carlos.
Su padre aprovechaba su tiempo libre para restaurar sus partes. Por ejemplo, colocó un nuevo panel en la cabina de pilotos, que había sido hurtado por delincuentes cuando estaba en exposición en el Museo Naval.
Tantos años pasaron que los dueños creían que la aeronave ya había cautivado a casi todo el barrio. Sin embargo, los domingos se transforma en un punto habitual para nuevos y viejos curiosos. "Muchas personas de 30 años se acercan y me preguntan: ¿Te acordás que cuando era niño me hiciste subir al avión? Ellos vienen con sus hijos para mostrárselos. Esto sigue de generación en generación", relata Juan Carlos.
Nunca hubo un objetivo publicitario ni económico, asegura el actual dueño de la chatarrera. Siempre hubo un espíritu lúdico que se transformaba, y sigue siendo así, en la diversión de los fines de semana para muchos niños. Como si se tratara de un parque de diversiones, Ibarra recuerda decenas de pequeños que nunca quieren descender y sus padres los obligan. "Bajan llorando", cuenta. "Hasta hay gente mayor que nunca se subió a un avión y pregunta: ¿Me puedo subir?. Y se los ayuda", relata Juan.
En el primer año nuevo que experimentó, los niños del barrio jugaron con bombas brasileñas. "Simulaban atacar a un avión de guerra. Tanto insistieron, que al final le dieron y resultó que terminó perdiendo aceite", contó el dueño en una entrevista con El Diario a fines de la década de 1980.
La aeronave, con una tripulación de hasta siete personas, denota el paso del tiempo. La vegetación que afloró entre las ruedas, los ventanales con algunas roturas, la humedad perceptible en las chapas laterales muestra que el clima la golpeó. Pero ni los ciclones extratropicales más destructivos pudieron moverla. Ahí está. Estoica.
El bimotor gozó de cariño internacional. Muchos turistas se enteraban de su existencia y acudían a este lugar. Un diario de Caracas llegó a publicar su historia y la tituló: "Haga como el uruguayo, lleve un avión a su casa".
Su futuro.
Fabricada en 1953 en la fábrica Beechcraft, esta máquina que se utilizó para rescate en el mar y tareas de adiestramiento, se ha transformado en un uno de los habitantes más importantes de la familia Ibarra.
Luego de recuperarlo, la familia inició una historia de amor con un aparato que no logró su supervivencia en el espacio público.
"Esté seguro que este avión no terminará en lingotes, tendrá un final más feliz…", le dijo a El Diario en noviembre de 1985.
Juan Carlos quiere seguir con este legado, aunque las necesidades económicas por su jubilación lo llevan a evaluar venderlo.
"Hoy lo podría vender como aluminio, pero lo tendría que destruir. Yo quisiera que se mantuviera. Sería una tristeza enorme destruirlo", dijo.
Una organización se contactó con él para que lo done, y colocarle un cartel que cuente la historia en la chatarrera. Pero no está seguro de hacerlo ya que quisiera tener recursos suficientes para vivir con tranquilidad.
Un museo de tesoros y de mucha emoción
"Compro cobre, bronce, plomo, zinc", dice en el ingreso esta chatarrera que también vende metales usados. Además de hacer su negocio, este lugar esconde antigüedades de colección dignas de residir en cualquier museo nacional. De hecho, Juan Carlos muestra estos tesoros uruguayos con cierta lástima y temor de que se terminen destrozando. Es que el año que viene se jubila y piensa deshacerse de muchos de estos objetos.
Hace algunos años, cuando fue contratado para hacer una limpieza en la sede de la Facultad de Química, decidió quedarse con antiguos fichero de metal en bandejas delgadas que han guardado la identidad de adolescentes de esa institución durante 50 años con sus nombres, apellidos y fotografías.
"Acá ha venido gente que sabe que tenemos estos ficheros y se ha encontrado, y se ha ido llorando. También han venido a buscar a su madre o su padre", indica Juan Carlos. En todos los casos le regalan estas fichas. "Me da mucha lástima tirar esto", asegura.
Entre este museo de reliquias hay un buzón de correo convertido en una heladera de un bar, que enciende luces al momento de abrirse. Además hay sellos de lacre, algunos con más de 100 años de historia, que guardan un meticuloso trabajo de orfebrería. Juan Carlos admite la falta de limpieza de esas piezas, lo que inevitablemente ha generado que pierdan valor.
También hay un telar miniatura de más de 80 años. "Es único porque está hecho en madera y bronce", comentó. Ha intentado llevarlo al remate para que lo adquieran, pero no han dado con el precio. "Yo pedí 80.000 pesos porque es algo que funciona. Es una artesanía", asegura.
La crisis de 2002 afectó gravemente a la chatarrera. Pero en su época de oro, Ruben Ibarra transformaba el lugar en un salón de fiesta en los días festivos, cuenta una crónica de El Observador. Allí recibían a niños, jóvenes y abuelos del Cotolengo Don Orione. Ruben Ibarra integró el Club de Leones "y siempre quiso ayudar", señala su hijo.
https://www.elpais.com.uy/informacion/s ... museo.html