Segunda parte
Aquel accidente interrumpió el trabajo en el Cosoplano. El traumatólogo de la Emergencia del Casmu que atendió al herido, le recetó hielo, un medicamento anti inflamatorio y le advirtió que ni soñara con usar esa mano antes de unas semanas. De esa forma un tanto estúpida fue que empezó a desencadenarse el efecto negativo de las temibles leyes del siniestro Murphy. La mano “amorcillada” le impedía a Carlos, trabajar en el entelado. La esposa, viendo que sus flores estaban en peligro de seguir amenazadas por el vuelo bajo del Fokker sobre los canteros por mucho más tiempo del que le habían asegurado, amenazó con tomar terribles represalias, a menos que se retirara inmediatamente a esa cosa espantosa de su jardín.
Exigió que aquel asunto horrible que sobrevolaba sus flores fuera retirado de inmediato. Carlos, ante esa seria amenaza que prometía alterar la paz del hogar, tuvo que tomar medidas drásticas. Resolvió que mientras se le curaba la mano prensada por el motor del Marmon, retiraría el Fokker, al que solo le estaba faltando el entelado y la pintura y lo guardaría momentáneamente en el cercano garaje de la calle Pouey, (hoy Gastón Ramón), donde almacenaba sus otros autos listos para la venta. Lamentablemente la maldición de don Murphy todavía no había completado el ciclo de su efecto negativo. El encargado del garaje de Enrique Pouey se negó terminantemente a permitir que el espantajo esquelético del Fokker ocupara el lugar de dos autos y le ahuyentara buenos clientes, dueños de modernos Mercedes y BMW.
La única solución que encontró Carlos para no volver a su casa con el Fokker desarmado, al que trasportaban arriba de un tráiler improvisado, propiedad de mi amigo Daniel, fue marchar para Progreso, a la chacra- depósito de los autos a la espera de turno. Con Javier manejando el Corsa que remolcaba el tráiler y Carlos “humeando” de furia contra el mundo en general, se dirigieron a la chacra del cuida coches.
Una vez solucionado el inminente problema doméstico, Carlos que no podía ni siquiera cerrar la mano, necesariamente tuvo que limitarse a ver como el personal de la “empresa” continuaba con el trabajo en los autos. La etapa de la mecánica ya estaba casi terminada. Los motores habían bajado de altura y retrocedido por los chasis, centrando el centro de gravedad. Los cardanes se habían acortado. Las cajas de dirección y sus columnas estaban adaptadas a la nueva ubicación de los motores. Los frenos de los tres autos, que eran mecánicos, de palancas y varillas, funcionaban razonablemente bien. Se habían construido las partes fundamentales de las carrocerías. Las voluminosas estructuras de “cola” con forma aerodinámica donde se cargaba el combustible ya estaban siendo procesadas por Tato, el “artista” metalúrgico. Yo estaba trabajando duramente en la construcción y terminación de los necesarios accesorios “ originales”. El motor del Hudson había sido provisoriamente curado de su úlcera. Todo iba bien, salvo la mano derecha de Carlos que todavía presentaba un color entre morado y verde oscuro y un aspecto de morcilla aplastada por la rueda de un camión.
Fue entonces que el “ingeniero Jefe” de nuestra industria de antigüedades automotrices, considerando las nuevas circunstancias, resolvió cambiar la metodología y el orden de las tareas. A partir de ese momento todos los “operarios” aptos para el trabajo nos dedicaríamos a terminar uno de los autos para antes del fin de año, dejando los otros dos en espera. Eligió terminar el Marmon, que era el que estaba más adelantado.
El motor del Marmon funcionaba de maravillas. El habitáculo de piloto y acompañante, diseñado de acuerdo a lo que era la configuración reglamentaria para las carreras de automovilismo a comienzos de los años 30, ya estaba equipado con sus asientos. Yo había terminado de instalar el tablero de instrumentos y tenía pronta la nueva palanca manual de frenos “antigua”. Faltaba instalarla sobre el lateral del chasis. Tato tenía lista la cola de bote/tanque de nafta y Daniel estaba a punto de montar el radiador, la careta, y las dos hojas abisagradas del capot.
En una semana quedó pronto el Marmon. Daniel, en menos de dos horas lo pintó todo de rojo. Carlos con cinta aisladora se ató un pincel a la mano “tumefacta” y lo decoró con un estilizado número 17 en color gris sobre la cola. Le instalamos un elegante cinturón de cuero marrón oscuro con hebilla de bronce rodeando el capot, y Javier, consagrándose como artesano, le fabricó un muy logrado caño de escape, que corría todo a lo largo del lado derecho, rematado con un tubo perforado como protector térmico, a nivel del habitáculo. De la misteriosa “cueva de los sueños” vino un gran faro caminero negro brillante, con su manija de bronce, que le dio al Marmon un lujoso aspecto de “All timer racer”.
A mediados de diciembre. Carlos me preguntó si yo no creía que era hora de suspender las actividades de taller y apurarnos a organizar el “Gran Remate de Automóviles antiguos y toda clase de artículos relacionados”. Una vez más la codicia y la ansiedad me asaltaron y respondí que si, que creía que era una buena idea de inmediato empezar a organizar ese negocio. Conseguir mercadería, ir lustrando y reparando todos los cachivaches antiguos que nosotros dos tuviéramos guardados y que se pudieran convertir en dinero. De común acuerdo fijamos la fecha del evento para el 8 de enero, calculando que para ese momento Punta del Este iba a estar repleta de posibles compradores. El rematador de San Carlos también estuvo de acuerdo con esa fecha. Lamentablemente no había tiempo para retomar el trabajo en el Fokker. El Cosoplano quedaría en espera, para adornar otro eventual remate, en el siguiente verano.
Cerramos el taller y le dimos libre a los técnicos, a excepción de Javier, que había declarado que esperaba ayudarnos a armar el “circo”.
Carlos propuso emplear el Marmon recién terminado para sustituir al Fokker inconcluso como llamador publicitario y declaró que él en el depósito de Enrique Pouey tenía cuatro autos “rematables “. Dos Ford A, un Phaeton DeLuxe y un sedán dos puertas, en relativo buen estado . Un Standard 8 de 1947 funcionando perfectamente y con documentación en regla y un camioncito Ford T del 23. También pensaba llevar tres volantas y un sulky que le iba a comprar a un feriante de Cuchilla Grande, además de un buen lote de repuestos antiguos, carteles esmaltados de tema automotriz, y otros varios objetos que iba a traer de EEUU, uno de sus antiguos amigos de tiempos de la política, que residía en Chicago y que vendría a pasar las fiestas con su familia.
Por mi parte yo colaboraba con mi Cadillac 47 convertible restaurado, un viejísimo y raro motor francés Clement Bayard de cuatro cilindros, de tapas ciegas, con resortes y varillas de válvulas a la vista, también restaurado, más un conjunto de objetos y muebles de roble que me habían quedado de clavo, de los tiempos en que yo compraba y vendía antigüedades en los remates de Montevideo. Dos escritorios de cortina, unas victrolas, varios percheros hechos con llantas de auto de madera restauradas, algunas lámparas de mesa artesanales, construidas en base a los tubos de bronce cobreados de bocinas de aire y hasta de cuerpos de bombas de agua etc.
El remate fue bastante exitoso. Entre Carlos, el rematador y otros allegados, tan cachivacheros como yo, llenamos de “antigüedades” un amplio local bastante céntrico en San Carlos, que, a juzgar por su aspecto, en el pasado habría sido el depósito de una barraca o de un gran almacén. Bien iluminado por una docena de lámparas de mercurio, colgadas de las vigas del techo, lo decoramos alegremente con decenas de multicolores carteles esmaltados de anuncios de marcas de aceite automotriz, repuestos de motos y autos. Publicidad de marcas de automóviles americanos. Marcas como Duesemberg, Auburn, Marmon, Graham Page, Pierce Arrow, Locomobile, Dodge Brothers etc. Marcas desaparecidas durante la depresión de los años treinta. “Antiguos” carteles de chapa esmaltada a todo color, nuevitos, importados de Chicago, donde algún nostálgico fabricante los producía por miles, para venderlos en eventos similares al que Carlos había organizado. También se habían colgado del techo, numerosas y flamantes banderas Confederadas, de Texas y de Indiana, estampadas en seda sintética, con sus vivos colores rojo, azul, blanco y dorado.
En todo el local, mesas repletas de artículos “antiguos” (Algunos lo eran de verdad) especialmente de bronce, cobre, roble y cedro, además de una enorme cantidad de repuestos o partes de verdaderos autos antiguos. Pintorescos artículos, ideales para decorar casas modernas de un balneario de moda como era Punta del Esta.
Largas mesas cargadas de mercaderías rodeaban un sector central donde habíamos ubicado los autos (los baratos de Carlos) que estaban a la venta. La noche del remate el local se llenó de público conformado por compatriotas veraneantes, atraídos por la publicidad radial que había contratado el rematador, en Radio Maldonado. Argentinos, brasileños, chilenos y hasta algún venezolano residente en Maldonado, aficionado a los fierros clásicos, que gastó mucho dinero comprando de todo para decorar la Primer mundista automotora de clásicos ,que por esa época él estaba instalando.
Afuera, estacionados en la calle frente al local como atractivos llamadores publicitarios, mi Cadillac convertible blanco y el “antiguo” Marmon rojo de carreras, recién construido.
Todos los que intervenimos en aquella aventura comercial tuvimos nuestro premio en vil metal o sucio dinero, como se prefiera llamarlo. Se vendieron tres de los autos de Carlos y muchos de nuestros “cachivaches antiguos“ a buenos precios. Hubo varias ofertas por el Marmon rojo y por mi Cadillac, pero en ese caso, el dinero ofrecido por el venezolano de la automotora y un par de argentinos interesados, ni siquiera se aproximaba a los precios del mercado internacional, que Carlos y yo teníamos en mente.
En cuanto al Cosoplano inconcluso, nunca llegó ser completado, ni a cumplir su destino publicitario. Tuvo un triste y duro final.
En una prolongada ausencia involuntaria de su hogar, del cuida coches amigo de Carlos, ocasionada por razón de un duro entredicho con un colega, que le pretendió usurpar el puesto de trabajo callejero en las proximidades del Estadio Centenario. Aquel violento entredicho tuvo un final violento y policial. En ausencia del ocupante de la chacra, un vecino que necesitaba hierros para reforzar una planchada de hormigón que estaba construyendo, suponiendo que las seis semi alas y la estructura atacadas por el óxido del Fokker DR 1 de Carlos eran pura chatarra, las tomó “prestadas”, las planchó a golpes de maceta y las sumergió en cemento, arena y pedregullo. (Pedregullo extraído trabajosamente del pavimento de una calle sub- urbana, de la ciudad de Progreso…) Unas semanas más tarde, averiguando por el destino de su desaparecido Cosoplano, Carlos llegó a enterarse que también por lo del pedregullo hubo otro entredicho policial que como el anterior, también terminó en el ámbito judicial.
Las leyes de Murphy irradian inconvenientes en todos los sentidos y afectan a todos los que tienen algo que ver con la causa y el origen de la energía negativa que irradia la Fuerza Oscura…
El sueño del Cosoplano Fokker frustrado por un tonto accidente.
Humberto. Diciembre de 2017