Homenaje a la memoria de nuestro Amigo Rubens Cordero...
Reviviendo desde las cenizas
El ardiente pasado del Curtiss Falcon SNC- 1, matriculado como E- 205.
El 205 fue uno de los nueve ejemplares del primer avión enteramente metálico, que sirvió como entrenador avanzado en la Aeronáutica Militar del Uruguay.
Ese modelo de aviones incorporado en la década de 1940 a la dotación de la aviación del Ejército, continuó volando hasta fines de 1951. Desde entonces, y hasta 1997, el E -205, último sobreviviente de su clase, se conservaba en exhibición en el Museo Aeronáutico Uruguayo. Por desgracia, en 1997 resultó prácticamente destruido por el fuego de un incendio accidental, que arrasó con un importante número de aviones y otros varios elementos del acervo del Museo.
Durante el siniestro, una réplica de un avión más antiguo, uno de aquellos de madera y tela, que colgaba suspendido del techo del hangar del Museo sobre el Falcón, se desintegró con el fuego y cayó en partes envueltas en llamas sobre el 205. El pesado motor del avión de arriba, impactó violentamente sobre el delgado tubo de aluminio del fuselaje del avión de abajo y literalmente lo partió en dos secciones.
La sección delantera, integrada por el motor la hélice y el capot, más el sector frontal del fuselaje, incluyendo las dos cabinas de pilotos, el plano central y las alas. La otra, formada por buena parte del fuselaje trasero, los estabilizadores y los timones de cola.
El calor de las llamas ardiendo dentro del fuselaje destruyó completamente la cubierta de las cabinas en tándem. Las llamas ardieron en el interior del recinto de aluminio recalentado en que se había convertido el fuselaje del antiguo entrenador de vuelo avanzado, desde la cabina trasera hasta el mamparo para-fuegos.
El fuego consumió completamente el plexiglás que quedaba más o menos sano de los quince paneles de la cubierta de cabinas y del parabrisas. Derritió varios de los perfiles de aluminio en los que se sostenían los paneles transparentes, destruyó ambos asientos de pilotos, el tablero de instrumentos trasero, todos los cristales en las esferas de los instrumentos del delantero, los dos bastones de comandos, las cajas de control de la radio y todo el conjunto de estantes de soporte entre ambos asientos, donde iban fijados los equipos de comunicaciones y de radionavegación. Dañó severamente las finas chapas de aluminio del revestimiento del fuselaje, de ambos lados del avión y destruyó por completo todo el piso y la estructura inferior del fuselaje.
También desaparecieron, la antena de la radio de HF cuyo mástil era de madera y el Loop del Radiocompás, los comandos del tren de aterrizaje y otros varios mecanismos de comandos ubicados dentro de las cabinas.
El revestimiento de lámina de aleación de aluminio aeronáutico de las alas, a causa del calor, resultó bastante afectado, con las láminas superiores parcialmente onduladas. Probablemente a posteriori de apagado el incendio y a causa de maniobras poco “prolijas” de quienes trabajaron retirando los escombros, también se sumaron otros daños. El tubo pitot desapareció y las cuatro tapas plegables de los dos alojamientos del tren principal, así como las puntas de las alas y de los timones, sufrieron abollones surtidos y tajos diversos.
En resumen, un desastre. El Fálcon quedó en un 40 %, reducido a aluminio derretido, cenizas y aceros calcinados. El otro 60% bastante estropeado, muy sucio de un hollín grasoso, producto de la combustión del plexiglás, y bastante mugriento de restos de los productos químicos que se emplearon para extinguir el fuego.
Con mucha razón y comprensible lógica, por un cierto tiempo las autoridades responsables lo consideraron chatarra irrecuperable y se lo “depositó “ a la intemperie en el terreno del fondo del Museo, a la espera de la resolución definitiva sobre cómo y dónde convenía deshacerse de los restos.
Fue entonces, con el E- 205 prácticamente descartado como parte del acervo del Museo, que intervinieron unos raros personajes, irracionalmente optimistas quienes se propusieron la insensata idea de recuperar lo mejor que se pudiera aquel amasijo de aluminio quemado, para poder reincorporarlo al Museo como un avión en un aceptable estado, para exposición estática.
Esos ingenuos y entusiastas aficionados a la historia de la Aviación Nacional y a su Patrimonio, le plantearon a las autoridades del Museo su intención de “revivir” aquellas chatarras quemadas y rotosas. No contaban con medios económicos, no eran restauradores de oficio, ni siquiera eran artesanos medianamente capacitados en ese tipo de tareas. Tampoco contaban con un local apropiado donde encarar la misión casi imposible que sus mentes algo trastornadas estaban planeando emprender.
Reconstruir una máquina compleja y delicada, tal como lo es un antiguo avión militar, es tarea para especialistas… o por lo menos eso es lo que considera la mayoría de la gente sensata con cierta experiencia en esos asuntos.
Casualmente, estos curiosos personajes no se contaban dentro de esa generalidad de personas razonables y normales.
Las autoridades que dirigían el Museo en esos años, cuando estudiaron las posibles consecuencias de aprobar esa extraña solicitud, muy probablemente consideraron que no había casi nada que perder accediendo al insólito pedido y resolvieron entregarles aquella “chatarra” que había quedado depositada en el terreno del fondo, con la vaga y débil esperanza de que los “voluntariosos”, Amigos del Museo lograran llevar a buen fin el improbable milagro de revivir al Curtiss…. Se sabía que dicho avión, que el fuego había dejado en ruinas, era uno de los escasos tres o cuatro ejemplares de ese particular modelo sobrevivientes en el Mundo por esos tiempos.
Resultó que aquellos entusiastas Amigos del Museo, si bien era cierto que estaban algo trastornados, en realidad escondían “un As en la manga”. Con su desinteresado y voluntarioso entusiasmo habían contagiado a cierto mecánico automotriz, conocido de alguno de ellos, quien además de ser un hábil técnico, también era gran admirador de las máquinas voladoras.
El hombre era propietario de un modesto taller mecánico, instalado en un local relativamente amplio del barrio del Cordón. Trabajaba reparando todo tipo de automóviles … y generosamente estaba dispuesto a alojar en su taller lo quedaba del Falcon. Y no solo estaba dispuesto a alojarlo, sino que además aceptaba encargarse honorariamente de la ardua tarea de reconstruir el sector más dañado del fuselaje, respetando estrictamente las medidas originales y re-uniendo las dos partes que había seccionado aquel motor incendiado que le había caído del “cielo” al pobre Falcon. Para Don Rubens Cordero, un veterano mecánico que contaba con muchos años de experiencia trabajando en la reparación de todo tipo de automóviles, ese trabajo era un desafío personal. Se sentía capaz de llevarlo adelante y además… deseaba hacerlo. Simplemente por el placer y el reto que representaba un trabajo artesanal difícil y nuevo para él. Él no era chapista, pero era un muy hábil artesano “fierrero”.
Simplemente… -“Porque siempre me han gustado los aviones”- Como me lo dijo con sencillez, el día que yo visité su taller por primera vez para conocer al famoso E- 205, del que tanto había oído hablar entre mis nuevos amigos del Museo.
En mis años de alumno de la Escuela Militar de Aeronáutica, los Curtiss Falcon ya hacía mucho tiempo que eran historia. Yo nunca había visto ninguno de ellos. Solo recuerdo haber observado con curiosidad unas fotos de uno de estos aviones, publicada en el Nº1 de la Revista de la Fuerza Aérea, que cayó en mis manos, allá por 1954 , según me parece recordar. Por aquellas fotos, en su momento lo imaginé muy similar a los Texan AT- 6 que eran aviones familiares para mí.
Las dos únicas condiciones que puso Don Rubens para hacerse cargo de la tarea fueron, que se le proporcionaran los materiales necesarios a medida que él los iba necesitando y que no se pretendiera marcar una fecha para terminar con el trabajo. Él lo iría llevando adelante a su tiempo. Trabajaría en el avión en sus ratos libres, cuando se sintiera “inspirado” y cuando aflojara el trabajo con los autos, que era su medio de vida.
Valiéndose de planos de fábrica y fotografías que le proporcionaron los optimistas que lo habían involucrado en aquel “baile”, Cordero comenzó por ubicar correctamente alineadas en el espacio de su taller que había destinado a ese trabajo, las dos partes sobrevivientes del maltrecho E- 205. Tomó innumerables medidas, estudió mate y termo en mano, todos los aspectos del problema y luego con paciencia y con gran cuidado, fue “hilvanando“ entre sí con delgados perfiles soldados a las partes de la estructura que habían quedado relativamente sanas, los dos bordes desgarrados de las “ heridas” en la estructura metálica. Respetando rigurosamente la alineación y la distancia entre las partes que unía.
Pasó el tiempo y Cordero, poco a poco fue reconstruyendo el fuselaje , hasta que un día ambas partes quedaron perfectamente unidas. Los perfiles soldados se convirtieron en una completa “jaula” con la delgada forma ahusada que antes había tenido el sector trasero del fuselaje del avión.
Meses y años. Algunos meses no había tiempo para dedicarle al Falcon. Algunos años el progreso era mínimo pero nunca se detuvo el trabajo. Con paciencia de gota de agua, durante los nueve años que insumió la tarea, Cordero nunca dejó de poner un remache o soldar algún larguero. Después que consiguió unir las dos partes, fue cubriendo la estructura de perfiles con paneles de chapa de aluminio perfectamente cortados y moldeados a la medida, tal como se los podía ver en las viejas fotos que tenía en su poder. Rectas hileras de remaches, perfectamente trazadas y con la justa distancia entre uno y otro remache. Chapas bien ajustadas y moldeadas, sin señales de golpes ni rayones. La “ jaula” de finas costillas y largueros se fue convirtiendo en el fuselaje revivido del Curtis Falcon.
Poco a poco fue recortando en limpios cortes “quirúrgicos” los filosos bordes de las chapas desgarrados por el fuego. Demostrando experiencia y sabiduría, Don Rubens tuvo la precaución de conservar absolutamente todas las piezas deterioradas que fue desarmando, como verdaderos testigos de las medidas y formas originales que dañó el incendio. Conservó todo para guía del artesano que viniera sobre sus pasos, cuando fuera el tiempo de reconstruir las demás partes quemadas del avión.
En aquella primera visita mía al taller de Cordero, tuve oportunidad de conocer a un clásico avión del que solo tenía vagas noticias y a un hombre que inmediatamente comencé a apreciar. Rubens Cordero me impresionó tanto o más que el avión al que yo había ido a ver. En unos pocos minutos y con el intercambio de unas pocas frases pude reconocer que estaba en presencia de un técnico experto, muy inteligente y lo más importante, de un hombre de gran corazón.
En ese momento el Falcon ya no era simplemente chatarra de un avión militar de 1940. Aquel loco proyecto de los optimistas Amigos del Museo ya era un SNC-1 algo desarmado y en proceso de reparación. Estaba próximo a la pared lateral del taller, apoyado sobre sus dos ruedas. Faltaban las alas y el conjunto del motor con su bastidor de soporte, capot y hélice.
Recuerdo que impulsado por la curiosidad y por mi antiguo interés por todas las máquinas voladoras, con ciertas dificultades, subí al plano central izquierdo para echarle un vistazo al interior de las cabinas. La cubierta corrediza seguía siendo un amasijo de perfiles de aluminio quebrados, derretidos y retorcidos. Del plexiglás solo quedaban tiras de fragmentos negruzcos incrustados en las ranuras del aluminio sobreviviente. Todo en el interior del habitáculo de los pilotos seguía estando cubierto de mugre, restos de chapas fundidas y cosas imposibles de identificar. Apenas si pude hacerme una idea de cómo habrían sido los comandos y los accesorios comunes en esa clase de máquinas.
Estaba ocupado en esa primera inspección y Cordero sin hacer comentarios me observaba desde abajo, parado junto al borde derecho del plano central, mate y termo en mano. En determinado momento, quizás adivinando mis pensamientos, rompió el silencio y me aclaró.
– Mi compromiso con los muchachos llega hasta terminar de reconstruir el fuselaje. Esos destrozos de las cabinas, los tableros, los asientos y todo lo otro que falta resolver, lo va a tener que solucionar alguna otra persona... –
Yo estaba acostumbrado a improvisar partes faltantes y a reparar oxidadas piezas a medio destruir de viejos automóviles que habían pasado por mis manos a lo largo de más de treinta años… pero nunca me había enfrentado con un “trabajito” tan complejo como pintaba que iba a ser el de rehacer toda aquella gran cubierta corrediza de cuatro secciones de aluminio casi deshecho y el resto de las complicadas partes del avión que el fuego había hecho “picadillo” y carbón.
No sé si fue la sonrisa entre burlona y compasiva con la que me miraba Cordero mientras se cebaba otro mate, o un exceso de amor propio lo que sin meditarlo me llevó a responder.
– El que va a tener que apechugar con este otro desastre seré yo. Tengo un poco de experiencia en estos asuntos de inventar partes perdidas de autos antiguos y de adaptar cualquier pieza que se parezca un poco a las que hacen falta -
Lo de mi experiencia, era bastante cierto. En los últimos años había trabajado en la construcción de modelos de “Antique race cars” americanos, al mismo estilo de los que competían en Indianápolis en los años 30. Autos de carrera “clásicos” construidos tal como se acostumbraba hacerlo en aquellos tiempos, partiendo de autos normales de calle reformados y “alivianados” de todo lo superfluo, tal como carrocerías, guardabarros, asientos, faros, paragolpes, puertas, etc.
También había llegado a construir un par de réplicas de cierto modelo de auto deportivo inglés de fines de los 40. Dos Drohead coupe Morgan, hechos artesanalmente, empleando piezas mecánicas originales y accesorios comunes dee los usados en autos ingleses de otras marcas. (Standard, Austin, Fordson, Morris… ). Reproduciendo fielmente el chasis, la carrocería los asientos y hasta las llantas de las ruedas. Un trabajo de muchos meses solventado por un adinerado cliente alemán, muy exigente de los detalles, quien luego de completada la “fabricación” de sus caprichos, los había remitido directamente a la fábrica en Inglaterra, a los efectos de que allí les dieran la terminación de cosmética original . (Pintura, cromados y tapizado).
Los modernos técnicos y operarios ingleses de la antigua fábrica de Malvern LinK en Worcestershire no habían advertido que se trataba de réplicas, y a uno de “mis” autos incluso lo habían premiado en el certamen de originalidad, que se celebraba todos los años en las instalaciones de la propia fábrica.
Si, realmente era cierto que yo tenía algo de experiencia en reproducir piezas de máquinas … pero en cuanto terminé de hacer aquella temeraria afirmación sobre mi capacidad para reconstruir las ruinas del Falcon, me arrepentí de mi pecado de soberbia. Nunca había enfrentado tanto aluminio quemado y en verdad estaba pensando que ni siquiera iba a poder averiguar forma y dimensiones de las partes faltantes.
Cordero no hizo ningún comentario. Supongo que para sí se habrá dicho- “Te quiero ver bailando ese vals “- . Él sabía perfectamente que quien se animara a encargarse de terminar de reconstruir al Falcon no la iba a tener nada fácil.
Algunos meses después de mi visita al taller, se supo que el trabajo comprometido por Don Rubens estaba terminado y que era tiempo de ir a retirar el Falcon y transportarlo a la nueva sede del Museo en el predio de la Brigada Aérea N º 1. Se organizó el transporte, contando con una gran “chata” de la Fuerza Aérea, apropiada para cargar el avión y con numerosos voluntarios dispuestos a concretar la mudanza. Un buen número de los Amigos del Museo se hicieron presentes la mañana elegida para cargar el avión y colaborar en la maniobra de subirlo a la chata, empujando y tirando enérgicamente, hacia arriba de la plataforma.
Mientras unos se encargaban de esa tarea, y Cordero observaba atentamente el desarrollo de la operación con el sagrado mate en la zurda y el termo bajo el brazo, yo me dediqué a reunir y embolsar los restos de chapas, piezas y artículos que Cordero había ido separando a medida que trabajaba. Un buen lote de esas partes sueltas fueron embolsadas y junto con las restantes piezas de mayor tamaño que retiramos previamente del avión, fueron acomodadas en el baúl y la trasera de mi Ford Del Rey, que por entonces “oficiaba” de medio de transporte para la fantasmal Acme Srl. Una empresa totalmente virtual, inventada para darle un cierto toque humorístico a toda aquella locura restauradora.
Con algunas dificultades “operativas” se cargó al paciente sobre la chata y quedó bien amarrado. Despedido desde la vereda del taller por Don Cordero, el Falcon emprendió el viaje hacia su nuevo destino.
La próxima vez que lo vimos, ya estaba instalado dentro del Hangar de Mantenimiento de la Base. No tenía mucha pinta de Halcón cazador, más bien parecía un maltrecho pichón de paloma caído del nido. Flaco y cascoteado, con parte de las costillas asomando entre las chapas castigadas por el calor de las llamas. Sin cubierta de las cabinas ni motor. Sin alas ni tapas del tren.
Dentro del enorme hangar desierto, que la nostalgia de un antiguo aviador recordaba atestado de aviones, y ahora apenas estaba ocupado por una modesta estiba de cajones. Lo que restaba del Falcon, resultaba muy disminuido por el enorme recinto y la altura de la bóveda del techo. Muy poco avión y mucho espacio vacío.
El Falcon en aquel estado de “pobreza”, a algunos de los “veteranos” nos recordaba a un modesto Fairchild PT- 23, uno de aquellos dencillos entrenadores primarios que tuvo la Armada. Sin la cubierta corrediza de las cabinas y sin motor, daba pena verlo. Pero el viejo halcón tenía algunos amigos que estaban trabajando para el…
Lo más difícil de solucionar siempre se había sabido que era reconstruir las cinco secciones de la cubierta corrediza. Afortunadamente (casi de milagro) el fuego le había “perdonado la vida” a la mayoría de los seis arcos estructurales, y el sexto no estaba demasiado estropeado, solo partido en dos mitades. Tampoco se habían quemado las fajas laterales inferiores, donde estaban montadas las rueditas que permitían abrir y cerrar. Lo que si había desaparecido en goterones de aluminio derretido eran todos los travesaños horizontales de las tres secciones principales y… la sección trasera íntegra. Todo lo imprescindible para determinar las medidas de la cubierta estaba lo suficientemente entero como para poder reconstruir aquella pieza a las medidas originales de fábrica. Solo era necesario disponer de mucho tiempo de dedicación, suficientes fajas de aluminio, un buen lote de remaches pop, diez y seis paneles de plexiglás cortados exactamente a medida … gran cantidad de paciencia y un lugar tranquilo donde instalar una mesa larga y cómoda como para poder plantear en orden las partes salvadas del incendio.
Pero antes de empezar a reconstruir había que eliminar completamente la negra “pátina” de hollín pegajoso, residuo de la combustión del plexiglás, que había quedado adherida como pintura, a las piezas de aluminio. Y por supuesto, extraer todos los rugosos coágulos del plástico achicharrado que habían quedado prensados entre marco y contramarco de las secciones transparentes.
Afortunadamente los tornillos que unían esas piezas eran de bronce. Y no de cualquier bronce. Los ingenieros de Curtiss en 1940 no habían ahorrado dólares en tornillería.
Habían empleado los mejores tornillos de 3/16, del mejor bronce, pase fino y cabeza fresada que tuve oportunidad de manipular en mi vida. Eran muchos y en 1942 los operarios de la Curtiss los habían atornillado firmemente al aluminio. Aquellos magníficos buloncitos, delicados pero fuertes habían sostenido perfectamente el plaxiglas por más de cincuenta años de vibraciones, intemperie, sol, lluvia y frio. Habían sobrevivido a bruto incendio, con altas temperaturas. A un generoso baño de porquerías químicas y abundante agua regada por los bomberos, además de otros buenos años de intemperie, previos a acogerse al refugio seguro en lo de Rubens Cordero.
Eran extraordinarios aquellos tornillos de bronce. Algo así como doscientos, de los cuales solamente a tres fue imposible desenroscarlos normalmente y con bastante pena me vi obligado a sacrificarlos violentamente, a taladro y mecha.
El lugar elegido para el trabajo con la cúpula del Falcon fue el salón que mi esposa en otra época usó como salón de clases de artes plásticas para niños. Un amplio local muy bien iluminado. Ideal para realizar la tarea que estaba por emprender.
Junté dos grandes y robustas mesas y fui ubicando las piezas de aluminio originales que previamente había limpiado y reparado, hasta tener planteada la cubierta entera y en el orden correcto.
Con buenas ampliaciones de fotos de época y fajas de aluminio cortadas a las medidas aproximadas que “cantaban” las fotos, poco a poco, pude ir reconstruyendo las partes que el fuego había “borrado”. Fajas de chapa de aluminio curvadas a mano, prensas y prensitas, algún remache pop para darle firmeza a lo “hilvanado” y hasta unos cuantos palillos de colgarla ropa, para sostener las fajas en la posición que mostraban las fotografía, . La misma tecnología rudimentaria que había practicado muchas veces, improvisando réplicas de carrocerías de autos de carreras, a partir de viejas fotos y medidas calculadas sobre estas en base a una simple regla de tres antaño aprendida en lejanos tiempos escolares…
Una vez que logré tener la estructura armada a imagen de las fotos, descartando ciertas lógicas dudas, me arriesgué a suponer que la cubierta iba a calzar correctamente sobre el fuselaje del Falcon reparado por Cordero. Quizás hubiera sido más razonable probar las piezas previamente, pero algo me decía que todo iba a salir bien. Le tenía mucha confianza al trabajo minucioso de Don Rubens. Aposté por la precisión de lo hecho y me decidí a recortar y montar los paneles de plexiglás, atornillando en su lugar los contramarcos con aquellos famosos tornillos de bronce que previamente había pulido uno por uno. Aquella calidad de tornillos se había merecido emplear el tiempo que fuera necesario, para dejarlos tan brillantes como el día en que los operarios de la Curtiss los habrían sacado de sus cajas de fábrica. Quien sabe si con el logo de Made by industries Hughes Culver City USA…
El sábado siguiente, con el apoyo logístico de un generoso voluntario quien aportó su camioneta Fiorino, las piezas de la cubierta con su plexiglás instalado emprendieron el viaje al hangar de Mantenimiento de la Base, para reencontrarse con el Falcon.
Tenía mucha fe en la calidad del trabajo de Don Cordero, pero también estaba consciente de que a un mínimo error suyo podía haberse sumado alguno mío y que la intención de reinstalar aquellas piezas bien podía quedar en solo una frustración.
Nada de frustraciones. En cuanto comenzamos a ubicar cada parte de la cubierta en su lugar se comprobó que todo calzaba perfectamente. Las piezas fijas y las corredizas habían quedado como de fábrica. El sector del fuselaje que Cordero había reconstruido soldando y remachando, virtualmente “a ojo”, estaba correctamente alineado y era tan perfectamente simétrico como si se lo hubiera sacado de un molde de la Curtiss. Los perfiles de los rieles que yo había improvisado uniendo entre si varias tiras de dos tipos de perfiles de bronce, calzaban justo en las rueditas de las secciones corredizas, y las dos cerraban y abrían con muy poco esfuerzo.
No solo se trabajó en las cabinas, También se pudo reparar los desperfectos ocasionados por la “mala vida” sufrida luego del incendio, que afeaban el conjunto. Se “Plancho” las puntas de alas y de estabilizadores, “machucados”, y las tapas del tren de aterrizaje abolladas. Se montaron las alas, el motor y el capot. Un voluntario tan paciente como un oriental del Celeste Imperio, masilló y lijó, uno por uno todos los cientos de remaches de Cordero y los míos, hasta dejarlos iguales a los de fábrica. Un animoso técnico de la FAU preparó para pintura toda la chapa de todo el avión, por fuera y por dentro.
Lo pintó de acuerdo al esquema que lucía en los tiempos en que volaba como entrenador en la Escuela de Aeronáutica. Varios voluntarios, pacientes y bien asesorados, a rodillo y pincel le devolvieron al viejo E 205 sus clásicas matrículas y sus insignias,
Gracias a las fotos del interior del Falcon que providencialmente figuraban en un único manual de vuelo conservado durante décadas en el Museo y a los restos semi quemados que astutamente habían conservado los Amigos del Museo y Cordero, fue posible sin demasiado esfuerzo de la imaginación, reproducir casi todos los accesorios que había destruido el fuego.
El tablero de instrumentos trasero y los instrumentos del delantero, los curiosos estribos necesarios para acceder a las carlingas, los soportes de los equipos de radio, los dos asientos de pilotos, las antenas de la radio, todos fueron reemplazados y rehechos. El alto mástil de antena, tallado de una buena tabla de pino-tea canadiense y encastrado en su puesto por medio de un tubo -eje de manubrio, rescatado de una bicicleta caída en desgracia. Los dos bastones de comandos fueron improvisados, empleando sendos tubos de aluminio moldeados a dos calibres, donados por alguna aspiradora doméstica en jubilada, más un par de negras empuñaduras de manillar de motocicleta.
Era imposible para nosotros conseguir repuestos de ese antiguo y poco común avión. Para poder completar los más notorios faltantes hubo que acudir al ingenio y a la improvisación, cuando falló la previsión de quienes con visión de futuro conservaron algunas piezas.
Gracias a esa previsión pudimos instalar en su puesto una de las miras telescópicas de puntería originales de ese antiguo modelo, que habían estado cuidadosamente preservadas en el Museo, desde la época en que los nueve aviones dejaron de ser empleados como entrenadores de combate. También se encontró un loop de Radio Compas original y pronto quedó ubicado en su sitio.
Unas pocas semanas más tarde tuvimos la alegría de recibir en el hangar donde estaba el Falcon, la visita de Don Rubens y pudimos mostrarle los buenos resultados de nuestro trabajo, y además felicitarlo por la gran calidad del suyo. Fue un momento feliz. El principal ideólogo de aquella locura, el principal responsable del éxito y yo, que con mucha suerte y algo de destreza había conseguido superar las últimas dificultades .
El Curtiss Falcon SNC 1 Matriculado E- 205 había regresado a su puesto de servicio en el Museo Aeronáutico del Uruguay.
Dedicado a los actuales y futuros voluntarios. Los que le "metieron mano" al Falcon durante varios meses de trabajo y los que en el futuro sabrán emprender "trabajitos sencillos", como lo fué la reconstrucción del Falcon desde sus cenizas.
Humberto Nov. 2017