*** ¡El Charrúa volverá! ***
A solicitud de nuestro ex Presidente Gustavo Necco, voy a intentar resumir en un breve texto, mi visión personal de los avances logrados a lo largo de los últimos diez años de trabajos de los voluntarios de la AAMA, ( Asociación de Amigos del Museo Aeronáutico ) dedicados al proyecto de recuperar, dentro de lo posible, a uno de los más clásicos aviones que integran el acervo del Museo Aeronáutico, el B -25 FAU 156 “Charrúa”.
El B- 25 J matriculado con el Nº 156, fue uno de los 15 bombarderos medianos North American Mitchell, que revistaron desde el año 1950, hasta el 1963 en nuestra Fuerza Aérea. Entre el año 59 y el 60, merced a la iniciativa y creatividad de un joven Teniente Aviador, integrante del plantel de oficiales del Grupo N º 3 de Bombardeo, el FAU 156 fue nominado “Charrúa” y se lo adornó con un escudo decorativo o “ Nose Art “, que representaba a un indiecito montado a lo jinete sobre una bomba de aviación. Una simpática imagen pintada sobre el aluminio de la cubierta lateral izquierda de la nariz. Nacía de esa forma el 156 “Charrúa”. Unos pocos años después, llegaba a su término la trayectoria de los aviones B- 25, como unidades de vuelo de la Fuerza Aérea.
En agosto del 63, fueron dados de baja los últimos siete B -25 que habían estado en actividad. Unos meses más tarde se dispone su desguace y los elementos materiales resultado de esa operación, son adquiridos por una empresa privada del rubro de chatarrería.
Años más tarde, la Fuerza Aérea Brasilera, que también había resuelto deshacerse de sus últimos B- 25 operativos, a solicitud de un Agregado Aeronáutico Uruguayo, ex piloto de dichos aviones, le dona a nuestro Museo Aeronáutico, un ejemplar de B- 25 J desactivado, que es despachado desde San Pablo hacia Montevideo. El avión viajar por tierra, semi desarmado, abordo de alguna clase de camión de transporte. ¡Aunque resulta difícil de creer, no hemos podido encontrar ni una sola y pobre imagen fotográfica, ni hemos llegado a enterarnos de un mínimo comentario sobre esa mítica aventura de carretera!
. Los que tuvimos la oportunidad de vivir la mudanza de aviones del Museo, desde el viejo local junto al Cilindro, hacia la Base de Carrasco y sabemos bien lo complejo y azaroso que resultó ese breve trayecto, no somos capaces de imaginar al B- 25, recorriendo casi dos mil kilómetros de transitadas rutas nacionales de dos países, montado en la plataforma de un camión, con su tren de aterrizaje recogido. Suponemos por ciertos indicios, que, apoyado sobre tres conjuntos de bolsas de arena de playa, para minimizar los daños a su estructura.
El B -25 brasilero, integrado a la dotación del Museo, a su arribo resultó ser poco más que un “cascarón “vacío. Fuselaje, alas, empenaje, motores, hélices y prácticamente nada más.
Luego de cierto tiempo y de algunas marchas y contramarchas, a iniciativa de unos animosos voluntarios civiles, precursores de la actual AAMA (Asociación de Amigos del Museo Aeronáutico) y admiradores de esa clase de máquinas aéreas, se logra caracterizarlo con el esquema de pintura que lucía en sus últimos años en actividad, el del desaparecido FAU 156 “Charrúa”.
Por falta de medios materiales y de personal capacitado, al Museo le resultó imposible llevar adelante un mayor trabajo de recuperación. El “Charrúa” 156 II se conservó desde entonces y hasta fines de 2008, en el mismo estado en que había llegado a nuestro país. Apenas una sombra de lo que fueran aquellos clásicos aviones B- 25 de la FAU, en sus años de intensa actividad.
En esa época, un nuevo Director del Museo se las ingenia para conseguir el material necesario y logra que se reponga todo el plexiglass de la sección delantera del fuselaje, que originalmente era vidriada y que de Brasil había venido tristemente cerrada por vulgares paneles de chapa metálica galvanizada.
Para poder encarar ese trabajo, un veteranísimo ex técnico de C- 47´s de la FAU, que en esos meses trabajaba contratado por el Museo, comienza por rehabilitar el ingreso al avión, desbloqueando la escotilla delantera inferior, que había permanecido clausurada por años, a fin de evitar el posible ingreso al interior del Charrúa, de personas no autorizadas, durante el horario nocturno. Se debe recordar que el B- 25 del Museo estaba depositado, en el predio exterior y apenas protegido de las incursiones de los intrusos por un simple alambrado perimetral, fácilmente violable.
Aquella apertura fue el detalle que faltaba para que terminaran de alinearse los astros que propiciarían un cambio en el futuro del Charrúa 156 II. El primer sábado en que estuvo expedito el ingreso al viejo bombardero, un pelotón de curiosos Ratones de Hangar lo invadió, valiéndose de una escalerita de madera para poder ingresar al fuselaje, ya que la escotilla/ escalera de acceso estaba en estado ruinoso y no era operable… ni con muchas precauciones.
El interior del B -25 era una ruina lamentable. Para los voluntarios que por primera vez ingresaban a uno de aquellos clásicos bombarderos medianos de tiempos de la Segunda Guerra Mundial, debió ser una pobre impresión. Para los veteranos que en el pasado habíamos volado cientos de horas en varios de aquellos antiguos, pero soberbios aviones, el reencuentro con uno de ellos en ese lamentable estado, fue tan desagradable como recibir un baldazo de agua fría y cubitos de hielo, un día de invierno, por el cuello de la camisa. Aquel día de noviembre del 2008, sentimos que debíamos hacer lo posible por revivir al pobre Charrúa. No podíamos dejar que nuestros amigos de la AAMA creyeran que ese mugroso y desmantelado “charuto” que estábamos recorriendo, que no tenía nada que ver con la poderosa y clásica máquina de guerra que nosotros recordábamos de nuestros años como pilotos, era como uno de aquellos 16 aviones históricos que habían sido los primeros guerreros con los que su patria de origen había respondido al ataque a traición de sus enemigos, en 1941.
Allí adentro no había más que suciedad, chapas despintadas, deterioro ocasionado por la intemperie y rastros inmundos dejados por babosos invertebrados, roedores (Ratas, no Ratones), pájaros y otros bichos. Por sobre la cabina de comando despojada y sucia, se podía ver un recuadro de cielo, en el lugar donde faltaba la escotilla de escape superior. No había tablero de instrumentos, asientos de pilotos, ni paneles de contactos eléctricos. Nada de postes de comandos ni volantes. Las ventanillas laterales entreabiertas, solo estaban sujetas a sus marcos por alambres oxidados. Los comandos de motores, trancados por la suciedad que les caía encima junto con el agua de lluvia. Lo poco que se conservaba de los mecanismos de control de las aletas de capot, las perillas de los compresores y las ruedas de los compensadores de vuelo, estaban hechos un asco, por las basuras diversas acumuladas sobre ellos. El compartimento frontal, del navegante -bombardero estaba completamente vacío y sucio. El túnel de comunicación mostraba señas claras de haber sido usado como cueva de sabandijas y animales diversos. Huesos de restos de asados, envases de plástico deteriorados y otras mugres acumuladas.
El resto del avión no difería en nada de aquel panorama deprimente que nos había recibido adelante. El compartimento de bombas cerrado por dentro, merced a unos alambres anudados quien sabe cómo, desde el interior. El sector trasero, igual de sucio y deteriorado. Faltaba todo el piso y de los asientos de los tripulantes solo quedaban unos muñones raídos.
Nada de máquina de Guerra. Aquello era un desastre total. Hasta la escotilla que habilitaba la entrada a la sección trasera, había desaparecido, sustituida por una pieza de lata común, remachada sobre el agujero de la escotilla…Y por fuera del avión, la cosa no estaba mucho mejor. Muchas zonas de la cobertura metálica estropeadas por la corrosión. Nada de antenas de los equipos de navegación y comunicaciones, La cúpula de la torreta de ametralladoras de cola había sido sustituida por un par de láminas de plexiglass mediocremente curvadas.
En resumen. el Charrúa II no era más que un fantasma de B- 25.
Aquel mismo día, los cuatro o cinco voluntarios de la AAMA, que habíamos comprobado personalmente el deterioro de ese guerrero clásico, nos propusimos hacer lo posible por recuperarlo.
Como suele suceder, hubo uno de nosotros, un veterano médico jubilado, el más animoso del grupo, que sin esperar a nada ni a nadie, cepillo de alambre y pincel en mano, atacó la enorme tarea de limpiar y pintar TODO el interior del avión. Los muy complejos recovecos de la estructura semimonocasco, repleta de cuadernas, larguerillos y soportes de todo tipo. Y emprendió ese “Trabajito Liviano”, con el aire dentro del avión recalentado a unos temibles 50ª ,por los soles del verano que convertían el interior del fuselaje en algo parecido a un horno de piza.
Otros menos valientes, no nos arriesgamos a sufrir infartos o sofocos y resolvimos esperar al otoño para acometer la tarea que nos habíamos propuesto.
Desde aquel año 2009 y hasta hoy, hemos perseverado en el empeño de lograr que el Charrúa II vuelva a parecerse lo más que sea posible, a un B 25 J. El “Doctor” con algo de ayuda de varios “enfermeros “voluntarios, limpió y pintó el 90 % de la estructura interior. Un resuelto equipo de “técnicos” aficionados, reconstruyó, construyó y reinstaló las dos escaleras- escotillas de acceso. Emprendimos una paciente campaña para localizar toda clase de piezas y equipos que hubieran pertenecido a ese tipo de avión, Partes sobrevivientes en poder de personas aficionadas a la aviación, que las hubieran adquirido de aquellos chatarreros que en el 63 desguazaron a los “Siete últimos guerreros clásicos “. Un sagaz Director del Museo Aeronáutico, que nos dio todo su apoyo, supo ubicar dos asientos de pilotos que habían quedado “traspapelados” por casi cincuenta años, en un rincón olvidado de un depósito de la Fuerza Aérea. Dos robustos asientos originales, con su pesado blindaje de protección y su soporte regulable, en muy buen estado de conservación.
Construimos un tablero de instrumentos y lo poblamos de “relojes” en desuso, hasta lograr que pareciera ser una pieza original del avión y lo instalamos en su puesto. Una escotilla superior de la cabina, que medio siglo antes, había pertenecido al auténtico Charrúa 156 y había sido conservada como recuerdo de cierto evento “pintoresco”, ocurrido durante uno de los vuelos “rutinarios” del bombardero, fue a ubicarse en su lugar, cerrándole la entrada a la lluvia y a los intrusos voladores …y de los otros, que hasta entonces se colaban por el agujero abierto. Nos ingeniamos para fabricar sendos postes de comandos semi- artesanales, con piezas de madera, aluminio y un par de volantes auténticos, comprados a fines de los 60 a los autores del desguace, y que se habían conservado por décadas en poder de algunos admiradores de los B 25.
Sábado a sábado fuimos reparando un buen lote de viejas averías en la cubierta de aluminio del fuselaje. Sectores de chapa atacada por corrosión del metal y dañados por diversas “heridas” recibidas durante y previo al viaje desde Brasil. Las dos más importantes de esas heridas fueron, una bajo la nariz y la otra en la junta del ala izquierda con la estructura del plano central. Una amplia zona de chapa de aluminio, semi destruida, atacada de óxido blanco, bajo la nariz del avión, punto en el que se había acumulado cierta cantidad de arena salada proveniente de alguna de aquellas bolsas que se usaron durante el viaje por carretera, para amortiguar los movimientos bruscos contra la caja, o la plataforma del vehículo que lo trajo desde San Pablo. La lluvia, que por años estuvo mojando la arena salada acumulada por dentro de la cubierta metálica, habían dañado bastante el aluminio.
La unión entre el ala y el plano central solo estaba asegurada por dos tornillos de 5/16. Nosotros, a la medida de nuestras posibilidades, le efectuamos una reparación de emergencia, que posteriormente el Personal de Mantenimiento de la Fuerza Aérea, especializado en estructuras, resolvió en forma técnicamente muy superior.
En los meses siguientes a estas primeras intervenciones, seguimos adelante, instalando antenas de HF y VHF. Un loop original de Radio Compas. Una cúpula original de plexiglass para la torreta de ametralladoras de cola. Cuatro ametralladoras “de utilería” hechas con materiales inofensivos tales como maderas, caños de PVC etc. que contribuyeron a darle al Charrúa II, que seguía estando expuesto a las inclemencias del tiempo y al alcance de los malintencionados de siempre, un aspecto más belicoso, sin que ello pudiera poner en riesgo la seguridad pública.
Cuando el Museo se desplazó a las nuevas instalaciones dentro del predio de la Base Aérea Nº 1, colaboramos con los técnicos de Mantenimiento en reparar multitud de nuevas averías, producto de las dificultades propias del transporte, en medio de las estrecheces de las calles y los obstáculos que se interpusieron en el camino del voluminoso y frágil avión. Reparamos los estabilizadores verticales, dañados al chocar con las copas de los árboles y al pasar bajo el Puente de las Américas. Las múltiples abolladuras en las compuertas de bombas y las tapas de los trenes de aterrizaje. Los daños sufridos por los mástiles de las antenas etc.
Al contar con medios superiores dada la proximidad del Museo a los talleres especializados de la Fuerza Aérea, el B 25 pudo recibir un “tratamiento de belleza” integral. Fue arenado por completo y se lo pintó de aluminio de punta a punta. Actualmente le estamos reincorporando sus clásicos detalles de esquema “Charrúa”. Pronto se lo volverá a ver lo más parecido posible, a como algunos recordamos al original Charrúa 156 de 1962. ¡ El Charrúa volverá!
P
|